En
primer término, un praxinoscopio-zootropo, uno de los ingenios mostrados en la
exposición "Fantasmagorías. La presencia de lo ausente", comisariada
por el antropólogo Fernando Estévez; en el centro, un escaparate de la exposición
y, a la derecha, trampantojo con motivo de la inauguración de la misma en la
entrada del Museo de Historia y Antropología de La Laguna. Fotos: Carmen del
Puerto.
Querido
Fernando:
No
eras Ferdinand de Saussure, pero sabes que me gustaba llamarte como al
lingüista suizo, quizá porque tu colega Lévi-Strauss se inspiró en él para
elaborar su compleja antropología estructuralista de El pensamiento salvaje o Las
estructuras del parentesco. Lecturas que seguro guiarán a mi hija Maryola,
aunque ahora ella no podrá contar con tu docta asesoría ni yo ser alumna tuya
de Historia.
A mi
saludo, siempre me respondías con tu habitual "¿Qué pasó, piba?", como
queriendo acortar distancias entre tu brillantez intelectual y mi radiante ignorancia.
Una expresión manifiesta prueba de canariedad, como hijo de La Orotava que eras,
aunque tú siempre renegaste de nacionalismos excluyentes y demostraste tener
conciencia planetaria, universal y atea. Aún tengo presentes tus palabras en
las jornadas que organizamos sobre Viera y Clavijo con motivo del segundo
centenario del ilustre canario. Tú, bajo una pantalla que anunciaba el título
de las Jornadas -"Viera, un genio poliédrico"-, eclipsabas al personaje
homenajeado -¡Arcediano de Fuerteventura!- y le robabas el apelativo de
"genio" con aquella reflexión sobre "el buen salvaje", tan
humanista, tan crítica y tan certera (ver resumen adjunto). Recuerdo que, al
día siguiente, te escribí confesándote una vez más que cuanto más te conocía,
más te admiraba, y que sentía que no hubiera habido más público en el Museo de
la Ciencia y el Cosmos para escuchar la metáfora de la "fantasmagoría
guanche". Me contestaste que no me preocupara por la falta de asistencia,
que habrías dado la charla solo para mí. Me sentí tan privilegiada...
Como
creador y director del “Máster en Museología y Gestión Cultural”, también
engordaste mi vanidad contando conmigo para que aportara a los alumnos mi aún poca experiencia.
Me
gustaba escucharte y no me cansaré de decirlo. Incluso cuando alargabas "algunas
horas" la duración de las lecturas de tesis doctorales de cuyo tribunal
formabas parte como profesor de la Universidad de La Laguna. Era tal tu
erudición y tanto el conocimiento que querías compartir que no sabías poner el
punto gramatical a tu discurso, hasta que la enfermedad sí supo poner punto y
final a tu vida.
Coincidimos
en muchas ocasiones: reuniones de directores de museos, inauguraciones de
módulos y exposiciones, fiestas de Navidad... Unas cuantas fotografías y mensajes
de correo electrónico rescatados de mi archivo refrescan mi memoria, invadida en estos momentos de melancolía. Recuerdo tu sencillez, complicidad y compañerismo.
Compartimos experiencias en la vida y nos ayudamos frente a la adversidad,
dentro de lo que llamabas "economía de guerra". Hasta conseguimos juntos
financiación para algunos proyectos, aunque otros quedaron en el camino, como
esa compleja "deconstrucción del mundo en siete días" que algunos no
supieron valorar.
Comisionaste
exposiciones tan originales y divertidas como “Souvenir, Souvenir. La colección
de (los) turistas”, en el Museo de Historia y Antropología, en La Laguna, así
como "El jardín de Jauja", en Casa de Carta, en Valle de Guerra. Para
ello supiste rodearte, como siempre, de un buen equipo -incluida tu compañera, Mayte- que tuvo la gran suerte de trabajar a tu lado. También permitiste que "el
Cosmos" saboreara parte del éxito de "Fantasmagorías", una insólita
iniciativa, una magnífica exposición. ¡Cuánto me gustaría haber contado contigo
en nuevos proyectos, como ahora que se cumplen 200 años del nacimiento de la
Fotografía!
Hoy
quisiera pensar que me engañan los sentidos, que tu muerte es una mera
fantasmagoría, "la presencia de lo ausente", un oxímoron, ironía de
la vida. ¿Fue aquella exposición un anuncio premonitorio? Sin querer parecer
supersticiosa, podría pensarse que una suerte de maldición egipcia siguió a ese proyecto. Primero se fue Diego Giuliano, que quedó atrapado en aquella Cámara
Oscura que él mismo diseñó. Ahora te has ido tú: bajaste engañado las escaleras
hacia la cripta del trampantojo. Los dos estáis juntos en las fotos del Tuttilimundi, ese mundo en una caja que la gente podía conocer
virtualmente a través de las imágenes. Seguro que os habréis encontrado en ese
viaje imaginario, en algún lugar lejano, alejados del sufrimiento.
Aún
mantenías cierto buen humor cuando me contabas por teléfono que te acababan de
diagnosticar un cáncer de pulmón -¿por qué volviste a fumar, Fernando?-, pero
en nuestra última conversación ya sólo me describías dolores difíciles de combatir.
Fuiste
mi antropólogo favorito, como te escribí en mi último wasap. Quizá no llegaste
a verlo, aunque espero que de alguna forma recibieras el galáctico abrazo que
te enviaba. No pude dártelo en persona porque... te marchaste antes de tiempo.
Hace
unos años por estas fechas -las desgracias se repiten en efemérides-, escribí sobre
alguien que, como tú, también se fue "sin permiso". Y vuelvo a
sentirme torpe buscando palabras que consuelen, que me consuelen y que, quizá,
no existan.
A Mayte, cuyo dolor es sin
duda mucho mayor que el mío.
"Los guanches y la buena conciencia
colonial”.
Por FERNANDO ESTÉVEZ (Museo de Historia y
Antropología/ULL).
RESUMEN:
Los
indígenas de Canarias figuran entre las primeras etapas de la toma de
conciencia europea de la existencia del "Otro". Por tanto, entraron
pronto en los debates sobre la naturaleza humana, en esa "unidad en la
diversidad" que inauguró la reflexión antropológica. Pero también entraron
a formar parte del proceso de diferenciación de pueblos, razas y culturas que
ha caracterizado a la civilización europea desde los inicios de su expansión
colonial. Las Islas Canarias, sus indígenas, son también, en consecuencia, el resultado
de la mirada imperial con la que Europa fue construyendo sus islas utópicas y
sus paraísos perdidos al tiempo que clasificaba, jerarquizaba y sometía a los
"otros". La obra de Viera y Clavijo, la primera visión moderna de los
aborígenes canarios, se sitúa precisamente en la tensión entre su defensa y la
inevitabilidad de su desaparición, los dos polos en los que se mueve el
humanismo burgués en relación a los “otros”, a los no europeos, no blancos, no
cristianos. Desaparecidos para Viera, los aborígenes tuvieron una existencia
imaginaria, retornando como fantasmas, una y otra vez, a lo largo de la
historia de las islas.